La separación duele, pero más el desamor.


Antes éramos, pensábamos, hacíamos, proyectábamos, nos habíamos convertido en una sola persona, quizás como dice Ricardo Arjona " El amor son dos en uno, que al final no son ninguno". Lo cierto es que compartíamos una identidad, eramos una pareja.
Y no sólo una pareja, sino que también fuimos padres, y por consiguiente, parte de una familia.
Pero poco a poco fuimos dejando de ser quien éramos en realidad, transformándonos en la persona que el otro quería.
Pero el tiempo pasó  y un día desperté y era yo, y él era él.Ya no éramos ...
Desde ese día se comenzó a gestar en nosotros una ruptura, una separación a la que nos opusimos, negamos, emparchamos, pero nada sirvió. Hicimos todo lo posible para salvar el amor, no importaba si estaba muriendo, deseábamos que no pasara, o al menos, yo lo deseaba.
Resulta que tenía mucho miedo, porque a pesar de que las mujeres hoy en día somos más independientes y valientes, había vivido tantos años casada, que estar sola con mis hijos me asustaba, no concebía mi vida sin él.
No quería que mis hijos se criaran en una familia disgregada, rota, pero también me negaba a que vivan en una mentira, envueltos en una conveniente hipocresía.
Y la autenticidad ganó la batalla, y decidí, y decidió, que el divorcio era lo mejor para toda la familia.
Ahora comienza el proceso de duelo, aceptar que el matrimonio terminó, aceptar que las culpas son mutuas y que el tiempo no retrocede, curar las heridas y seguir el camino.




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